sábado, 30 de julio de 2011

Relato I [parte 3/3]


El sol estaba en su zenit cuando Emilia abrió los ojos.
Estaba más cansada que al dormirse, miró al techo esperando algún motivo para abandonar aquella postura.
En el exterior la ciudad vibraba, ya llevaba un buen rato despierta. Una tormenta de quejas y ruidos se adentraba por las ventanas y esto la molestaba bastante.
Seguía con la vista fija en un punto lejano que solo ella parecía ver, esperando algún cambio en la atmosfera de aparente tranquilidad que se respiraba en la habitación.
En ese instante llamaron a la puerta. Dos golpes tímidos, apenas perceptibles.
Emilia se levantó tambaleante y frente al espejo de la entrada intentó arreglar su desmejorado aspecto.
Al final terminó por rendirse y abrir la puerta.
Un niño pequeño, la esperaba al otro lado. Su pelo rojizo y marchito estaba cortado en tazón por encima de las orejas, como mejillas tenía dos círculos rosas y unos ojos pálidos. Más que humano parecía un dibujo animado.
-Perdone señorita-Balbuceó tímidamente.
Emilia improvisó una sonrisa y removió su cabello.
-Hola pequeñín-Siempre había intentado adoptar un tono afable con sus vecinos, aunque rara vez tuvieran contacto.
-¿Y que te trae por aquí?
-Es que...-Gimoteó. Emilia contuvo la respiración esperando que no fuera el inicio de un llanto-¡Es que mis padres no están y prometieron venir a buscarme!
Intento, no mostrar el resoplido de resignación.
Por un momento dejaron de mirarse, algo cambió en el interior de la casa, un aullido se alzó entre todos los sonidos. El niño se estremeció retrocediendo unos pasos.
Ella se giró sin a penas mostrar asombro, un diluvio de sonidos volvió a llenar el vacío.
-Perdone...-Consiguió pronunciar-¿Que ha pasado?
Solo pudo forzar una sonrisa, de su boca no saldría ninguna palabra de consuelo, no podía dar lo que nunca le habían dado, sus labios permanecían cerrados esperando lo inevitable. El niño se asustó y no tardó en precipitarse escaleras abajo.
Estaba segura de que no volvería a verle excepto quizás del brazo de su madre, tampoco era algo que la preocupara en exceso.
Cerró la puerta y se adentró en el salón.

Avanzaba dando zancadas hacia creía haber oído el grito, al lado de la mesita del teléfono, encontró el cuerpo de Diógenes tendido en el suelo, rodeado de un despedazado jarrón Ming, que le habían regalado hace mas tiempo del que quisiera recordar.
El gato permanecía inmóvil tendido en el suelo, algo se removió en su interior, como las arcadas después de haber comido demasiado.
Suspiró. Tarde o temprano tenía que pasar.
Resignada, recogió los pedazos más grandes del jarrón y se dispuso a llevarlos a la papelera.
Un ligero zumbido llego hasta sus oídos.
Fue corriendo hacia la mesita de noche y comprobó la hora. Tres menos cuarto.
Maldiciendo a aquel niño, a Diógenes, pero sobretodo a si misma, empezó a vestirse con prisa, con suerte llegaría al metro de las tres.

***

La estación estaba prácticamente desierta, excepto por los grupos de jóvenes que tragaban ramen en las esquinas, algunos iban vestidos de forma llamativa pero entre ellos predominaba el negro.
Emilia bajó las escaleras, dejó apartadas sus prisas por un momento mientras contemplaba el techo esperando alguna indicación.
Entonces el reloj marcó las tres. En ese mismo momento una apacible voz sonó por los altavoces:
-Señores pasajeros el tren de las tres con destino Silla efectuará su parada en la vía número cinco, por favor pasajeros diríjanse hacia la vía numero cinco.
Siguió caminando hasta alcanzar su destino. Las puertas llevaban un rato abiertas, no estaba muy lleno así que no encontró dificultad para sentarse junto a una ventana.
Sentía un secreto placer al contemplar la inmensidad de los campos de cultivo desde aquel lugar privilegiado, por unos minutos podía sentirse como la terrateniente de un gran cortijo. La sensación de poder era uno de los grandes placeres del ser humano.
Hicieron dos paradas más antes de que otra voz, esta vez con un matiz más mecánico, indicara el fin del trayecto para Emilia. Se levantó, aún con el tren en marcha, y fue hacia la primera puerta a su alcance.
Allí recostado sobre la misma, se hallaba un hombre de gran tamaño, sus músculos se marcaban en el traje como si lucharan por escapar al poliéster. Aquel pelo, castaño, rapado al cero y sus ojos, pequeños, de un azul pálido, rodeados de unos parpados casi inexistentes. Parecía querer cortar su vestido con los ojos.
Pero eso no consiguió asustarla. Clavó sus ojos en los suyos y esperó a que apartara la mirada avergonzado. No lo hizo.
-Curioso-dijo él-Es usted la primera mujer que no se asusta
-Digamos que estoy acostumbrada.
-Me llamo Erik-ambos se estrecharon la mano.- ¿No me dice su nombre?
Ella no contestó.
La puerta se abrió y Emilia avandonó el tren, mientras el cazador la seguia con la mirada hasta que se perdió en un mar de cabezas flotantes.
En las manos tenia una targeta:

Agencia Eyebrow
Especialistas en fiestas infantiles
Nombre:Emilia

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